Después de la alegría viene la soledad.
Después de la plenitud viene la soledad.
Después del amor, viene la soledad.

¿Qué pasa cuando se abrazan el amor y la muerte?

¿Se muere el amor? ¿O se enamora la muerte?
Tal vez la muerte moriría enamorada y el amor amaría hasta la muerte.
"Rompí a llorar".
Me encanta esa expresión.

No se dice "rompí a caminar" o "rompí a comer",
rompes a llorar o a reír. 

Porque pensándolo, creo que vale la pena hacerse añicos por esos sentimientos.

14.


Te debo tanto 
que no podría pagártelo ni con la vida.



Ya la echarás de menos.

Ya la echarás de menos 
cuando la busques entre tus brazos y no la encuentres. 
O cuando te gires en la cama para darla los buenos días 
y solo haya un revoltijo de sábanas 
impregnadas de su olor. 

Ya la echarás de menos 
cuando tu mano no tenga a qué aferrarse cuando pasees por la calle, o cuando no sepas que hacer con las horas que matabais queriéndoos. Cuando tus besos no tengan dueño, 
y se pierdan entre el olvido. 
Cuando te sientas tan solo que se te encoja el corazón 
o que las lágrimas recorran tus mejillas. 

Ya la echarás de menos 
cuando no notes su calor
cuando ya no oigas su risa. 
O cuando ya no puedas quedarte mirando sus ojos.

Ya, ç
ya habrá tiempo para echarla de menos.

Sueña.

Se asomó entre los matorrales, con su sonrisa de medio lado. Me miró con sus ojos brillando bajo la luna y me ofreció su mano para volar hasta el infinito. Cruzamos las estrellas y ganamos al astro rey. Visitamos mundos inimaginables. Nos dimos los besos más sabrosos y pasamos las noches más apasionadas. Un millón de miradas cómplices que se sonreían. Con las manos entrelazadas, caminábamos sobre el agua. Volábamos. Cada vez más alto.

Hasta que de pronto, desperté en la soledad que ofrecía mi cama vacía.

La octava maravilla.

Y entonces apareció, como un ángel
alumbrando la oscuridad. 
Sin dejar nada turbio aclaro los retales, 
y se situó al frente, 
llenándonos a todos de esa paz que tanto ansiábamos. 

Mucho tiempo luchando
quizás demasiado. 
Pero al fin, 
lo habíamos conseguido. 

Estábamos ahí, 
enfrente de lo soñado
Y esa sensación de bienestar y satisfacción 
no nos la podía arrebatar nadie.
Le dije: "Monta al sol, que te llevo". Me dijo: "¡Qué tontería, arderás!". Le dije que no pensaba ir de día y se reía... 
Y lo que pasaba es que la han mentido tantas veces en la vida que ya no sabía lo que era verdad y lo que era mentira. Se la han metido doblada, en forma de triángulo, de círculo, y de todas las formas geométricas posibles. La hicieron perder la esperanza hasta el punto de no saber hacer otra cosa que no fuera llorar. Que sus mejillas eran putos campos de cultivo. Pero eso se acabó cuando llegué yo. Aparecí de las sombras, como el frío de septiembre. La hice olvidar. Un reset completo. "No más recuerdos, recuperemos el tiempo perdido", la decía. Al principio no me creía, pero ahora está a la vista su sonrisa, sincera. Perfecta, como ella. Porque las princesas también tienen días malos. Pero todas deben tener un final feliz y compartir las perdices con un principe, no con una rana verde y verrugosa. 

Miedo.

Todos tenemos miedo. Miedo a perder las cosas que quieres, aunque sean muy, pero que muy pequeñas. Miedo a las mariposillas que sientes en la tripa cuando te gusta alguien. Miedo a lo que no se puede explicar con palabras, y a lo que no se puede entender. Miedo a sentir, a besar, a querer. O al miedo que tienes al monstruo que vive dentro del armario y al que sólo ganas cuando eres tan valiente como para mirarle a la cara.

Decisiones.

Hay momentos en la vida, en que una sola decisión, en un solo instante, cambia irremediablemente el curso de las cosas. Cuando decides disparar a alguien, cuando decides quererlo o no quererlo, cuando decides tirar para adelante o al contrario, rendirte. Cuando decides mentir, traicionar, ocultar o, simplemente, cruzar la línea. Esa décima de segundo podrá hacer girar todo al lado oscuro o, por el contrario, invadirlo de luz. Podrá hacer de ti un héroe o un criminal. Podrá llevarte al cielo o al infierno, pero siempre será un lugar del cual no podrás regresar.
Por muchas noches en blanco que una dedique a pensar en su biografía sentimental, la verdad es que va  a encontrar pocas soluciones. Podrá parchear tal o cual relación, pero al final volverá a pasar lo de siempre. Que en un momento dado saltará en pedazos como tantas otras vece. Porque una es como es, y no es fácil dejar de serlo para querer a alguien. Es casi un combate perdido de antemano. 
Así que lo mejor que nos podría pasar es que las relaciones sentimentales vinieran con fecha de caducidad, como los yogures. Así, sabríamos cual es la fecha del final y no perderíamos el tiempo en inseguridades, sospechas ni discusiones. Nos dedicaríamos a disfrutar cada momento hasta la última décima de segundo. 
Aunque si lo piensas, lo bueno de no tener fecha de caducidad, es que nos permite seguir soñando con que esta vez, ese yogur puede conservarse para siempre.
Necesitar a alguien como el respirar. Que tan solo un minuto sin hablar con esa persona te destroce por dentro... Te carcoma. Su tristeza es tu tristeza. Su alegría, tu alegría. Su ausencia, tu muerte. No poder dejar de pensar en él, en qué pensará, en qué estará haciendo... Eso te roba el aire, te envenena. Es la droga más adictiva, y no poder consumirla te quema la sangre. Como una inyección de alcohol puro. A cada día que pasa, se abre una nueva herida. A cada cual más grande. A cada cual más dolorosa. Sólo una palabra suya, puede detener la pena. Solo una caricia, puede hacerte sonreír. Porque él es todo, y tú la nada. Y sólo juntos podéis subsistir.