Mi sitio está en los límites. Los límites de tu boca, los de tu espalda, en el límite del rojizo amanecer que escrutamos por la ventana.
Que tus rectas, para mis curvas. Y el límite de la circunferencia de tus ojos unido a la mueca que se me forma en las mejillas al sonreirte. Me encanta estar en el limite convergente de nuestras caderas colisionando.
Que si, vivo el el borde del abismo y no sé si por suerte o por desgracia, nunca me he caído.
Carta a un corazón acorazado.
Y después de ver tu sonrisa
rompiendo(me) como las olas;
después de ver como la noche
se hacia reina de tus ojos,
mis ilusiones que revoloteaban
a tu alrededor;
y el viento se solidificaba
al rozar nuestra piel.
Después de todos esos cambios
de voz,
de interior,
de actitud,
de corazón
que nos hemos provocado;
por todos esos momentos incómodos
a los cuales obligamos a evaporarse.
Y por las no explosiones
de esos choques,
de manos.
Esas caricias que hicieron que,
por un segundo
o dos
no fuéramos esos extraños
con la obsesión
de encontrar algo que hace ya mucho perdieron.
Podemos llamarlo ilusión,
o quizás,
si suena mejor,
cordura.
rompiendo(me) como las olas;
después de ver como la noche
se hacia reina de tus ojos,
mis ilusiones que revoloteaban
a tu alrededor;
y el viento se solidificaba
al rozar nuestra piel.
Después de todos esos cambios
de voz,
de interior,
de actitud,
de corazón
que nos hemos provocado;
por todos esos momentos incómodos
a los cuales obligamos a evaporarse.
Y por las no explosiones
de esos choques,
de manos.
Esas caricias que hicieron que,
por un segundo
o dos
no fuéramos esos extraños
con la obsesión
de encontrar algo que hace ya mucho perdieron.
Podemos llamarlo ilusión,
o quizás,
si suena mejor,
cordura.
Siempre he pensado que yo era la fuerte
en esto del amor;
el muro que aguantaba firme contra viento y marea; que tenia el corazón duro como piedra.
Pero parece que se me da mejor
mentirme a mi misma
que al resto.
Y creí ser inamovible cuando realmente
luchaba contra una bola de demolición.
Ya sabes eso que dicen de que no sabes
lo que tienes
hasta que lo pierdes.
Y yo, me he perdido.
Me he perdido tantas veces en tus ojos
que ya ni siquiera busco el camino para salir
y seguir adelante.
Porque prefiero vivir pérdida,
que perderme sin ti.
Como cuando bailabas sobre mi corazón,
yacinte en el suelo,
pisandole una y otra vez
sin importarte el subrayado de sal de mis ojos.
Porque parece que la única que siente
el dolor que nos producimos,
soy yo.
Nos acariciamos con uñas,
como cuchillos,
hiriendonos con cada contoneo.
Y cada vez que te pones mis piernas de collar
y me olvido de ser completamente yo...
Luego se me olvida volver a serlo.
Y es que por muchas noches que pasen,
nunca serán suficientes
para que deje de llamarte en silencio.
En el mismo silencio,
en el que dormías tú conmigo.
Así que disfruta,
matame los pulmones porque ya no queda aire
que refresque mi existencia.
Porque cada volante de mi falda tiene conexión directa
con cada agujero de tu cinturón.
Y no lo quiero de otra manera,
porque de veras,
que solo te quiero aquí conmigo.
Que juegues con mi ombligo,
y hacerte la persona más feliz del mundo.
Aunque eso,
me convierta a mi,
en la más triste.
Como una mañana sin amanecer,
un corazón sin latidos, ausente de un mundo muerto que no quiere seguir rotando.
Un frenesí apagado ante el movimiento de mis piernas enredadas
en tus caderas,
que bailan al compás de un disco que nunca llegó a reproducirse.
Pero como siempre,
tu cabeza,
es el habitáculo de las ideas más geniales del mundo,
incolora, in(d)oloras e insípidas.
El acompañamiento único y perfecto,
como el pan que se disgrega en la mesa en su debido momento.
Eso somos nosotros, migas a destiempo que aún buscan
la manera de manera de revertir el sentido de las manecillas,
que corren como en una eterna carrera de segundos.
Pero lo cierto, es que nos otros siempre fuimostramos los primeros
en eso de buscar la manera más fuerte de amarnos.
un corazón sin latidos, ausente de un mundo muerto que no quiere seguir rotando.
Un frenesí apagado ante el movimiento de mis piernas enredadas
en tus caderas,
que bailan al compás de un disco que nunca llegó a reproducirse.
Pero como siempre,
tu cabeza,
es el habitáculo de las ideas más geniales del mundo,
incolora, in(d)oloras e insípidas.
El acompañamiento único y perfecto,
como el pan que se disgrega en la mesa en su debido momento.
Eso somos nosotros, migas a destiempo que aún buscan
la manera de manera de revertir el sentido de las manecillas,
que corren como en una eterna carrera de segundos.
Pero lo cierto, es que nos otros siempre fuimostramos los primeros
en eso de buscar la manera más fuerte de amarnos.
~
El suicidio de corazones ya no es una opción a todo este desbordamiento de emociones. Digamos que todo se hace mínimo a tu lado, pero me diseca las venas en tu ausencia. El odio irracional deja de serlo cuando se convierte en mi propia esencia, un color negruzco que se lanza a conquistar cada parte de mi, y que sólo yo misma puedo controlar. Y ni eso. Cuando queda fuera del alcance de estas manos, ya no hay marcha atrás. La explosión de la rabia es inminente, desde dentro, destrozando cada poro de mi piel. Y ni saltando por el precipicio implosiona.
Impostora soy, de tus recuerdos. Cuando te colabas en mi cabeza porque te apetecía dar un paseo pisoteando mis dendritas, acusando me a cada paso, de no haber sabido quererte. Cuando me susurrabas que por mucho tiempo que pasara, no lograría querer a nadie como te quería a ti, que no lograría que nadie sintiera, lo que tú sentías por mi. Y en parte era cierto. Ni mi corazón palpita por otro, con ese ritmo frenético al que le tenias malacostumbrado; ni mi cuerpo yacía con otro como lo hacía contigo. Todo los artificios que me inventaba para que parecieran movimientos monótonos, y al final todo se resumía a una idea del recuerdo que tu embargaste en cada trinchera.
Y así, con cada paso adelante, me hundía más profundo. Sin vuelta atras, sin retorno a dos corazones siameses que incluso separdos, latian al mismo ritmo.
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