Lo que no ves.

Antes de que amaneciera salí huyendo de tu cama. En tu espejo un testamento, ya no queda nada. Dejé tu barra de labios y con ella un par de años de quererte por las tardes de mañanas importantes. Tú me enseñas que se puede querer lo que no ves.
Tropezamos de repente como en un nuevo 11-S. Sonreiste a cada gota que chocaba contra el filo de mi boca. Susurraste que el pasado sólo es como un día malo. Y la lluvia abrió las puertas de mi vida a tu FordFiesta. me enseñas que se puede querer lo que no ves.
No consigo recordar por qué motivo me fui. Pero en tu cuarto de baño sigue tu rojo de labios. No consigo recordar como he llegado hasta aquí. Sólo sé que estoy borrando lo que un día te hizo daño. Tú me enseñas que se puede querer lo que no ves.
Siempre fui poniendo parches creando segundas partes. Hasta que me demostraste que no puedo olvidarte. Tú me enseñas que se puede querer lo que no ves.
No consigo recordar porque motivo me fui. Pero en tu cuarto de baño sigue tu rojo de labios. No consigo recordar como he llegado hasta aquí. Sólo sé que estoy borrando lo que un día te hizo daño. Tú me enseñas que se puede querer lo que no ves.

Mil veces más grande.

Lo he probado todo. Todos los métodos para olvidarte. Es cierto que ya no te quiero, pero tu nombre siempre ronda mi cabeza. Quizás sea el cariño que te tengo, por las cosas que pasamos juntos; o quizás sea por lo mucho que te odio; o por la pena que me das. Sea cual sea el motivo, cada una de las letras que forman tu apelativo rebota contra las paredes de mi cabeza, azotándome recuerdos: un beso, un abrazo, una mirada de esas que nos hicieron complices... La luna fue testigo de que me engañaste, pero ahora verá como te la devuelvo, mil veces mas grande y dolorosa.

Que nadie sepa lo que nos contábamos.

Una noche más sigo aquí, sola. Mi cama, añora tu presencia. Las mantas recuerdan tu olor. Ya tan solo abrazo al aire. Aire inerte que se escapa entre mis dedos, que se escurre como el agua, con la simple diferencia de que no deja rastro. Ya no estás. Es cierto. Y es que me retuerce el corazón tu ausencia. Lo único que me mantiene viva y respirando, son mis recuerdos. Recuerdos de cuando aún estabas ahí, y nuestros pies luchaban por ver quien daba más calor al otro. Cuando tu barba se enredaba con mi pelo porque me besabas la cabeza, o cuando me lo revolvías y me sonreías después. Cuando las sábanas eran nuestros cómplices, y sólo ellas sabían lo que nos contábamos bajito y al oído; cuando éramos el jamón y el queso de un sandwich de seda y látex. Esos recuerdos en los que tus manos recorrían mis costillas, jugando con cada bache, y buscando una salida en el laberinto de mi tripa; en los que tus piernas eran la cárcel y yo la prisionera que no podía ni quería salir. Cuando tus besos parecían infinitos, y cada uno mejor que el anterior. Pero aún así todos perfectos. Y eso de cerrar los ojos y sentir tus brazos apoderándose de mi era algo que ya es imposible sentir. O cuando me giraba, y tú me estabas mirando, con esos ojos verdes y dulces que irradiaban cariño de aquí hasta el sol. O cuando saltabas de un lado a otro de la cama porque decías que preferías estar a mi izquierda... Aún recuerdo las mil veces que mi espalda a impactado contra este colchón que ahora solo consta con mi presencia. Recuerdo perfectamente cuando me llamabas con esa voz tuya, inconfundible. Y yo no tenía otro remedio que acudir a ti. No podía oponerme a es perfección que emanabas. Tengo mil recuerdos nítidos, que uso para no morir hoy aquí, en el mismo lugar donde comenzó todo una noche. Pero no sé el momento exacto en el que te fuiste. La noche exacta en la que ya no estabas. Pero aún así, esto que mi mente recrea, es lo más hermoso que nunca había vivido, y pase lo que pase, me pertenece, como tú un día lo hiciste.

Lo más lejos a tu lado.

Puede ser que un día me despierte y nada sea como recordaba. Incluso puede ser que no recuerde nada. Que no sepa ni quien soy, ni donde estoy. Ni que día es. Puede ser que salga a la calle desnuda porque no recuerde que la ropa existe. O puede ser que salga abrigada porque no recuerdo que es verano. Puede ser que beba agua de lluvia porque no sé que con solo girar una palanca tengo agua potable en casa. O puede ser que no beba agua, porque no sé que la necesito. Quizás ni siquiera respire al principio, hasta que no tenga la necesidad de introducir aire en mis pulmones. Puede que ya no huyera de las moscas, porque no recordaría que las tengo miedo. Puede que se me olvide dormir, y caminar, y hablar. Ya no leería, y no podría estar escribiendo esto. Puede que un día despierte y no me acuerde de nada. Pero al igual que tarde o temprano aprendería a respirar porque lo necesito, también tarde o temprano te necesitaría a ti. 

Y sin palabras acordamos ser eternos.

Nunca nos juramos fidelidad, pero nos fuimos leales. Tampoco nos cruzamos ninguna palabra bonita, pero bastaba con dejar hablar a las miradas. Ninguna foto adorna nuestro álbum, pero los recuerdos son imborrables. Nunca nos rozamos, pero sentíamos la calidez del otro con tanta fuerza que nos quemaba. Poco a poco, el cariño fue creciendo. Y sin juramentos, palabras bonitas, miradas, fotos ni caricias nos hicimos lo más importante para el otro. Y en el momento en el que nos tocó jurar, hablar, mirarnos, fotografiarnos y acariciarnos, lo hicimos con total placer, de al fin, poder consumar en aquello que tanto tiempo habíamos reprimido. Porque aunque fueran primeros momentos físicos, no lo fueron sentimentales. Yo ya te había jurado eternidad. Te había hecho entender que eras lo más importante en mi vida, y te había dedicado la más dulce de las miradas. No te había fotografiado, porque me bastaba con el repertorio que tenía en mi cabeza de tu hermoso rostro. Y mi mano te había acariciado en la distancia.