Le dije: "Monta al sol, que te llevo". Me dijo: "¡Qué tontería, arderás!". Le dije que no pensaba ir de día y se reía... 
Y lo que pasaba es que la han mentido tantas veces en la vida que ya no sabía lo que era verdad y lo que era mentira. Se la han metido doblada, en forma de triángulo, de círculo, y de todas las formas geométricas posibles. La hicieron perder la esperanza hasta el punto de no saber hacer otra cosa que no fuera llorar. Que sus mejillas eran putos campos de cultivo. Pero eso se acabó cuando llegué yo. Aparecí de las sombras, como el frío de septiembre. La hice olvidar. Un reset completo. "No más recuerdos, recuperemos el tiempo perdido", la decía. Al principio no me creía, pero ahora está a la vista su sonrisa, sincera. Perfecta, como ella. Porque las princesas también tienen días malos. Pero todas deben tener un final feliz y compartir las perdices con un principe, no con una rana verde y verrugosa. 

Miedo.

Todos tenemos miedo. Miedo a perder las cosas que quieres, aunque sean muy, pero que muy pequeñas. Miedo a las mariposillas que sientes en la tripa cuando te gusta alguien. Miedo a lo que no se puede explicar con palabras, y a lo que no se puede entender. Miedo a sentir, a besar, a querer. O al miedo que tienes al monstruo que vive dentro del armario y al que sólo ganas cuando eres tan valiente como para mirarle a la cara.

Decisiones.

Hay momentos en la vida, en que una sola decisión, en un solo instante, cambia irremediablemente el curso de las cosas. Cuando decides disparar a alguien, cuando decides quererlo o no quererlo, cuando decides tirar para adelante o al contrario, rendirte. Cuando decides mentir, traicionar, ocultar o, simplemente, cruzar la línea. Esa décima de segundo podrá hacer girar todo al lado oscuro o, por el contrario, invadirlo de luz. Podrá hacer de ti un héroe o un criminal. Podrá llevarte al cielo o al infierno, pero siempre será un lugar del cual no podrás regresar.
Por muchas noches en blanco que una dedique a pensar en su biografía sentimental, la verdad es que va  a encontrar pocas soluciones. Podrá parchear tal o cual relación, pero al final volverá a pasar lo de siempre. Que en un momento dado saltará en pedazos como tantas otras vece. Porque una es como es, y no es fácil dejar de serlo para querer a alguien. Es casi un combate perdido de antemano. 
Así que lo mejor que nos podría pasar es que las relaciones sentimentales vinieran con fecha de caducidad, como los yogures. Así, sabríamos cual es la fecha del final y no perderíamos el tiempo en inseguridades, sospechas ni discusiones. Nos dedicaríamos a disfrutar cada momento hasta la última décima de segundo. 
Aunque si lo piensas, lo bueno de no tener fecha de caducidad, es que nos permite seguir soñando con que esta vez, ese yogur puede conservarse para siempre.