Ese día discutimos.

Ese día, discutimos.
Yo estaba enfadada porque no notaba amor, y otros querían dármelo. Sus ganas de verme disimulaban muy bien, y como si un vaso de agua fueran, habían apagado las mías.
Ese día discutimos porque mi corazón ya no se aceleraba cuando me besaba, pero sentados en aquel banco, no quería que nuestros labios discutieran pegados, sin hablar, por si acaso me desmontaba la teoría (otra vez). 
Y sus brazos buscaban mi cuerpo.
Y mi cuerpo repelía sus brazos.

Y así pasó la discusión,
entre intentos de acercamiento,
y otros fallidos de alejarme.

Porque en el fondo sabía que aunque estuviéramos discutiendo,
aunque estuviera enfadada,
triste,
desganada
apagada
y sola;
no tenía nada que perdonarle.
Y eso me hacía odiarme.

Por eso, 
ese día discutimos.

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